Este queremos que sea el propósito de estos manuales transformados en talleres. Abordamos la sexualidad en la discapacidad no desde un saber teórico que hemos elaborado para ellos, sino que está diseñado desde ellos, desde sus necesidades y expectativas, desde su vivencia de la afectividad y de su experiencia del mundo más cercano, el que con más intensidad sienten.
Pasaron los tiempos en los que la sexualidad humana se identificaba con su significado procreador. Esta reducción de una biografía a lo que es pura biología equivale a asemejar el comportamiento humano con el comportamiento animal, instintivo y guiado por el principio de necesidad. Sin embargo, la sexualidad es un aspecto fundamental del ser humano que enriquece y humaniza a la persona, a toda persona. Negar, por tanto, la sexualidad a las personas con discapacidad psíquica es negar su condición de personas. Será oportuno siempre preguntarse si los discapacitados psíquicos tienen su propia sexualidad o su conducta sexual depende de las actitudes de los adultos de los que dependen.
No hemos de dejar de reconocer que algunas conductas afectivas y cognitivas pueden ser fuente de problemas en el ámbito sexual (ej., dificultad para retrasar sensaciones gratificantes, impulsividad, dificultad para expresar, explicar y verbalizar sentimientos, pensamientos y experiencias, dificultad para distinguir la realidad de la no realidad…), pero debido precisamente a la falta de posibilidades de expresión verbal, su cuerpo desempeña un papel fundamental en su comunicación y a la vez es un derecho. La necesidad de compañía, de tener un amigo especial, la ruptura con la soledad del discapacitado adulto, las exigencias de búsqueda de amistad, la posibilidad de establecer vínculos afectivos estrechos duraderos es un aspecto que se dirige en el camino de normalización de estas personas, puesto que corren un alto riesgo de encontrarse socialmente aislados. El establecimiento de vínculos afectivos y también sexuales puede disminuir este riesgo y el sufrimiento que conlleva.
No se trata de presentar un panorama idílico de la sexualidad, porque en general no es idílica para nadie. Sabemos también que los deseos y aspiraciones del ser humano no siempre pueden ser equiparados a los derechos. Pero sí creemos que abordar estos temas con las personas discapacitadas, cada uno a su nivel, profesionales y familias es una responsabilidad y eleva a las personas a la altura de su dignidad.
La Primera Conferencia Nacional sobre Sexualidad en Personas con Discapacidad Psíquica, 1992, nos recuerda que, aunque no se trata de asumir lo que éticamente podemos considerar como riesgos desproporcionados, ante las demandas y necesidades expresadas por estas personas, la familia y profesionales debemos responder de manera eficaz, práctica y sencilla, apostando por la persona y su desarrollo o crecimiento personal. Nadie dice que sea labor fácil, sí que es preferible asumir algún riesgo antes que mantener una postura de inhibición o hacer que eso no existe. Ya hace tiempo que la ética más básica nos recuerda que la persona, toda persona, tiene dignidad y no precio. La dignidad es un principio absoluto que no admite excepción ni sustitución. Hace referencia a la individualidad e irrepetibilidad de cada ser humano y el respeto a éste sin fisuras. No hay sub-personas ni ex-personas, cuando uno ya no puede tomar decisiones que en otro tiempo sí pudo. En consecuencia, la persona con discapacidad psíquica no puede ser instrumentalizada y ha de ser considerada como un fin en sí misma y nunca como un medio.
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